“El evangelio es una carrera para competir juntos, no una para competir entre nosotros.”
Hay un pasaje en la escritura que lo describe muy bien, este se encuentra en Mateo 20:20-28, encontramos a la madre de Santiago y Juan, pidiendo a Jesús que deje a sus hijos sentarse a la derecha y el otro a la izquierda, estoy seguro, que dentro de su mezquino corazón esta mujer hubiese deseado si hubiera podido por supuesto que uno de sus hijos tomara incluso el lugar de Jesús.
Esta historia bíblica, podríamos aplicarla también en el inicio de la era cristiana, a lo largo de la historia de la iglesia, siempre han existido rivalidades, competencias, deseos egoístas entre los cristianos, asociaciones, convenciones y diferentes entidades.
De la misma manera este pensamiento se ha trasladado a la iglesia local, desde sus lideres hasta los miembros de las congregaciones tienden a ser competitivos, quien canta mejor, quien enseña mejor, quien llega mas temprano etc. Todo por demostrar que somos mejores que los demás, esta falta de domino propio ha llevado a los hijos de Dios a poner su mirada en cosas vanas y sin importancia tal y como lo describe Mateo 6:25-34, donde Jesús nos recuerda que debemos poner nuestra mirada en las cosas de arriba y no en las de esta tierra.
Muchos compiten por ser quienes tienen la membresía mas grande, por la cantidad de ofrendas que se recogen, la cantidad de nacionalidades que están incluidas en su iglesia local, así como las veces en que la iglesia se ha multiplicado, misioneros enviados, donaciones al programa cooperativo de sus convenciones, etc.
Todo esto tiene una sola causa, una raíz, esta, está dentro del corazón del hombre es por lo que la advertencia de Jesús en Mateo 15:10-20 fue: “que lo que sale de la boca del hombre es lo que le contamina”.
Por lo tanto, toda actitud humana de competitividad, egoísmo, acepción de personas es generada por el corazón pecaminoso del hombre.
Nuestro comportamiento y nuestras palabras solamente reflejan los deseos e intenciones que hay en nuestro corazón, aquí nace la envidia, el egoísmo, la competitividad y la división.
Sin embargo Dios en su inmenso amor y bondad nos dio a Cristo, la solución al pecado del hombre, gracias a su obra en la cruz y su resurrección, todo hombre y mujer arrepentido y que ha creído en el, ha recibido a su Espíritu Santo, quien es la garantía de nuestra salvación, nos ha regenerado y santificado, produce en nosotros un cambio de mente, de corazón y de comportamiento transformando nuestro entendimiento (Gal. 5:22-23; Juan 16:7).
El nos guía a toda verdad, su palabra nos enseña que el creyente no debe competir entre si, sino por el contrario vivir en amor y en unidad con Dios y con los hermanos, tal y como el padre, el hijo y el espíritu cohabitan en completa armonía y unidad (1 Juan 5:7; Juan 3:34), nuestros dones nos son para competir sino para construir.
Debemos estar seguros de que, si los creyentes competimos con alguien este, es satanás y el pecado que mora en nosotros, satanás esta continuamente poniendo tentaciones con el propósito de apartarnos de Dios, muchos de nosotros cuando nos dejamos llevar por la tentacion, damos lugar a rivalidades que luego terminan apartándonos de Dios.
Ruego a Dios que cada convención, Pastor, líder y miembro de la congregación pueda entender que nuestra lucha no es con nuestro prójimo, sino solamente con un enemigo en común.
Esto nos lo recuerda el apóstol Pablo en Efesios 6:12 “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”
Gracia y Paz.
Jose Mazariego.
Pastor
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